28 de mayo de 2015

Mutilado



Nunca imaginé que me costaría tanto abandonar esta morada, la misma que fue el hogar de mis mayores. Esta pesadumbre me abate y, en mi tristeza ya ni sé que atuendos me llevaré. Perdido, empaco pesados ropajes de invierno junto a coloridas ropas de baño y miro con estupor esa valija abierta sobre la cama. Aunque enorme, me parece pequeña para llevar en ella toda una vida de vestimentas.


 No he querido abrir las cortinas y, pese a que el sol se escurre entre sus frunces, le digo adiós al dormitorio. En su penumbra vuelvo encontrar las sombras de mis padres entre los rincones y los recuerdo. Sí, los revivo con un deseo loco: quiero que me consuelen como antaño y que me abracen sus espíritus.


 Al notar tu lado de la cama desocupado vuelvo a sufrir estos meses de discusiones, furias y razonamientos. Hasta que, vencido por los rescoldos de mi amor por vos, llegamos a un acuerdo. Me horroriza el solo pensar la soledad sin retorno de esta casa. Por eso la venderé y, aunque no corresponda, te proveeré de otra. Pero aun así, sentí el abandono con un asombro sombrío.


Ayer, te conociste tan libre y tan entusiasmada con tu aventura que, previsora, empacaste cada una de tus prendas, y ya ni siquiera te encontré esta mañana al despertar.


Rengo por su peso, dejo el equipaje junto a la escalera y recorro los demás dormitorios. Me despido de ellos con añoranzas mientras mis pasos resuenan en el entablonado de sus pisos. La lejanía de mi memoria rescata como apagados murmullos las risas y los juegos con mi hermano. También, aquellos divertidos combates fratricidas que terminaban en su mentiroso llanto, mediante el cual me acusaba con nuestra madre. Hoy, le perdono cualquier argucia de la niñez y, con alegría, le palmeo la espalda en ese cielo que habita.


 Cierro los ojos y, con desesperación, tapo con las manos mis oídos. Cercanas, me aturden las carcajadas de mis hijos que, aunque felizmente casados, porfío en recordar aquí. Aquí donde los he visto crecer, aquí donde los oí lloriquear, aquí… Aquí, en esta casa que es la suya y donde espero con disimulo sus visitas. Esas que se perderán en el tiempo, al no estar para recibirlos.


Con los hombros gachos y desequilibrados por la valija que me esclaviza como una BlackBerry anillada a mi tobillo, me arrepiento de no haberlos prevenido. Pero, fue parte de nuestro acuerdo el separarnos sin avisar. Ay Catalina…, a lo que me ha obligado nuestra insania.


Pretendo desayunar, mas sin la electricidad y la heladera desocupada, no lo puedo hacer. Ni siquiera un té logro preparar ya que tampoco hay gas. Molesto, reviso esas alacenas expurgadas y, con una sensación de triunfo, me contento con tres galletitas que encuentro en el fondo de un frasco. Secas, las trago con un vaso de agua que, me extraña, aun corra olvidada.

    
Atravieso la puerta, la cierro, y el sonido de la cerradura se agiganta definitivo, como el de una losa al tapar una tumba. Un taxi me lleva al hotel mientras rememoro nuestro amor que, silencioso, se desperdició disipado, al igual que la efímera niebla de la mañana.


Mutilado en mi alma, no me importan los ojos del chofer que me espían desde el espejo y que, sin consuelo, me ven al fin llorar, llorar y…, llorar…

Carlos Caro

Paraná, 14 de junio de 2015 
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4 comentarios:

  1. Qué bella despedida. No sólo decir adiós de la casa, de las cosas que en ella se guardan, sino también de los recuerdos que se esconden en cada rincón.

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  2. Me lees perfecto Ana, ¿será por tu profesión? Un beso.

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  3. Gracias Soledad, el que tan solo me visites me inspira. Un beso.

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