Pablito
clavó un clavito ¿Que clavito clavó Pablito? Este trabalenguas me fue planteado
casi al terminar mi infancia y convencido
y orondo, lo recité desde la vanidad y por eso, mi ego se desinfló ante las
risas que provocaron mis varios intentos fallidos.
Me
sorprendió la rebelión de mi lengua ante tan sencillo enunciado lo cual me hizo
sospechar que un sortilegio lo protegía, así desde entonces y a través de los
años he perseguido su secreto significado. Palabra por palabra, aunque sin
orden, entendí o reemplacé hasta lograr abrir ese portal.
Desde
un principio pensé que los diminutivos servían a la rima y no a la realidad, o
sea: Pablo clavó un clavo ¿Quién podría ser ese Pablo que atravesaba las edades
por clavar un clavo? Pensé en San Pablo pero no lo pude relacionar con ningún
clavo y entonces recordé clavos famosos como los de la cruz de Cristo y me pasó
lo contrario, no encontré a un Pablo cerca.
Durante
largas épocas la duda quedaba olvidada hasta que algún nuevo conocimiento la
reanimaba inundando mi atención. El primer indicio, apenas sospechado como tal,
fue el enterarme que la caza de brujos y hechiceras tuvo su período culminante
durante la Edad Media en el centro de Europa.
Proliferaban
los libros sobre brujería y aquéllos, los brujos, eran literalmente cazados por
la justicia común bajo la presión de la histeria de la gente en general. Tanto
simples ladrones como diabólicas hechiceras eran procesados y, generalmente hallados
culpables. Se procedía para ello con diversos métodos de tortura y si
sobrevivían a ésta, los esperaba la llana ejecución.
Buscando
coincidencias, sobresalió la “Doncella de Hierro” que apareció por primera vez
en Núremberg, Alemania. Se trataba de un pesado sarcófago vertical de hierro,
hueco, con el frente conformado por dos puertas. Tanto éstas como el espaldar
tenían diferentes agujeros en donde se fijaban clavos que podían tener
diferentes grosores y largos, según el suplicio que se le quisiera dar a la
víctima.
Quizás
como burla o buscando la salvación del condenado, el artilugio ostentaba la
hermosa cara de una doncella quien, muchos decían, se trataba de la imagen de
la mismísima Virgen María. Como un rompecabezas, todas las piezas se unieron al
enterarme que el más famoso verdugo del lugar se llamó Paul (Pablo, en alemán)
de Kaufungen. Éste se había enriquecido, no por su salario al servicio de la
muerte, sino por su manejo de los clavos de la “Doncella” y las apuestas que
generaba. En efecto, este medio de tortura siempre terminaba con la vida exangüe
del desgraciado en un lapso de entre dos a cinco días. Sin embargo, ningún
clavo debía afectar a un órgano importante que acelerara el proceso.
De
allí el arte de Paul, quien desclavando algunos o martillando sin piedad otros,
acertaba con la muerte a los días apostados. Tanta fue su fama, que quedó
inmortalizado y escondido en el inocente trabalenguas, perpetuando de esa
manera su horrible significado a través de las generaciones.
Carlos
Caro
Paraná,
4 de mayo de 2015
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