Tras la cena y como en
cada noche de plenilunio me dirijo hacia la casa del adepto a quien las runas
han marcado. Debido a la oscuridad me
pierdo, llego retrasado y la logia ya está reunida. Parecen tan altaneros por
nuestra sagrada misión que me esfuerzo por esconder mi furia, mi frustración
sin límites y mi desprecio.
Han degradado nuestras
creencias y todo aquello que fuimos. El miedo y la vanidad, con los años, han
horadado sus almas y los han convertido en títeres de su orgullo. Simulan seguir
sin fe los arcanos ritos y, con las habituales trampas, me designan una vez más
como el elegido.
Podría
desenmascararlos, gritarles mi odio y, como un espejo, enfrentarlos con su
terror. Sin embargo callo, no agotaré mis palabras en la imposible tarea de
redimirlos. Me sé el último creyente y con un portazo emprendo el camino.
Me dirijo, sin otra
luz que la luna, hacia esa, la que semeja una enorme colina. Me apuro para que
no me sorprenda el amanecer y tropiezo con montículos de polvo, lajas que
parecen escamas de piedras y huecos que doblan mis tobillos. Todo se confunde
en mi mente, pues cada mes parecen estar en otro lugar.
Por fin encuentro la
gruta sagrada como una boca aún más negra que la oscuridad que la rodea. No
pienso tentar a la suerte encendiendo una antorcha para iluminarme, de modo
que, ciego, empiezo mi designio de limpieza.
Tanteo las estalagmitas
que parecen aguzados colmillos, los cepillo con cuidado y, aunque el hedor de la
carne corrupta me asquea, tiro fuera cada trozo que resta. Son las ofrendas
debidas a ese dios poderoso. También encuentro el metal aplastado, las espadas
herrumbradas y las lanzas carcomidas. Todo fuera ¡Fuera!, este es el recinto
que cuido y debe estar limpio.
Un susurro de viento
me paraliza asustado y me abrasa como si fuera el aliento del diablo. He
terminado justo a tiempo, salgo despavorido con el alba que raya el horizonte y
dos hogueras amarillas se encienden, somnolientas, como ojos que vigilan.
Cuando regreso, inmerso
en la niebla de la mañana, en el camino me rebelo, rompo los cánones y miro,
valiente, a mis espaldas. La colina despereza sus alas membranosas y la cola
culebrea alta en el aire. Entre sus dientes de navaja se escapa y ruje el fuego
sagrado de su pecho y la bestia divina echa a volar buscando su eterno alimento.
Carlos Caro
Paraná, 14 de julio de
2015
Descargar PDF: http://cort.as/VKBz
Excelente relato, Carlos. Me parece muy acertado que lo hayas narrado en presente. Da la impresión de que lo estuvieras narrando con una cámara. Mis felicitaciones y un abrazo
ResponderEliminarEs una manía mía el narrar todo en presente y en primera persona. Siento que no puedo transmitir tan bien vivencias o sentimientos en otra, me imagino testigo y no me involucro. Gracias, un beso.
ResponderEliminarUn relato tan vivido y pujante, que hace que uno"vea" lo que las descripciones, dicen!!. La contextualización y el vocablo seleccionado,crean en este relato la "atmósfera" precisa y neceasria para darle el efecto de verosimilitud deseado. Un excelente relato!!
ResponderEliminar