10 de junio de 2015

Ajedrez



Después de refregar mis manos frente a la salamandra que, gorda de carbón las calienta, corro el alfil y le canto: —Jaque. Increíble, se equivoca y mueve al Rey una casilla a su izquierda. Estoy tan ensimismado en el juego que imagino a su Reina, negra por un luto que anticipo, dirigirme una mirada asesina ya que, impotente, no puede defender a su Rey. Mi Caballo salta sobre sus imprudentes y adelantados peones y con una voz ronca por la emoción, le grito: — ¡Jaque! Y… ¿mate? Ambos, inseguros, barajamos todas las posibilidades hasta que su mano tala al Rey. Su caída hace retumbar el tablero y me redime de mil partidas perdidas. Con el dulce aplauso de las piezas de ajedrez en mis oídos, miro su rostro, y mi alegría se apaga sofocada por la duda. No hay fracaso en sus ojos, sino una chispa de picardía.


— ¿Me dejaste ganar? — Le pregunto ambivalente, esperanzado en un no o desconcertado por un sí.


—Claro que no, a veces pasa y aparte, vos tenías las blancas que empiezan. Ya vas a ver que en la revancha y en la buena te gano como siempre—  carcajea con una sonrisa apenas contenida.


 Perdida mi vista en otro tablero, estudio el juego, espero y recuerdo nuestras partidas interminables; las jugaba con papá durante los brutales inviernos de la Patagonia. Él, había sido suboficial de la marina mercante, a los veintiocho años ya había visitado más de cien puertos de todo el mundo y, sin razones conocidas recaló en Caleta Olivia, en la Provincia de Santa Cruz.


Allí conoció a mamá a la que debe haber querido alienado por una pasión incontenible, pues abandonó la marina y el mundo para radicarse con ella en una chacra, cien kilómetros tierra adentro. Subsistieron malamente durante años, dedicándose a la cría y esquila de ovejas. Tuvieron dos hijas, mis hermanas María y Graciela, y varios años después nací yo, el único varón.


Mis recuerdos de esa infancia son más simbólicos que otra cosa: la aridez sin límites, el frío interminable y el fuego rescatista de la estufa; también las ovejas y el viento que, como el aliento de la Antártida perennemente penitente, soplaba desde el sur.


Si bien mamá nos enseñó a leer, a escribir y a sacar las cuentas. Solo a mí pudo papá enseñarme cómo jugar al ajedrez. A ella la perdí a los diez años, cuando murió de pulmonía. En esa tierra inclemente, un descuido te costaba la vida. Así, papá se transformó en una sombra que gemía enloquecido de dolor a coro con el viento.


Perdió su ancla en la tierra y, para que tuviéramos un futuro lejos de esas latitudes relegadas, desarmó la familia y nos envió a Casilda, en la Provincia de Santa Fe, donde vivía su hermana Rosa, quien sin hijos nos amó como a propios.


Vendió la propiedad, mandó el dinero y retomó sus horizontes lejanos al volver a embarcarse. Los mercantes son una extraña cofradía mundial que intercambian personajes en cada puerto y cada país.


Tanto abandono provocó resentimientos. Nos sentimos huérfanos de todo. Pero el afecto de Rosa y las cartas de papá los superaron. Éstas, atiborradas de lugares exóticos, de gente con extrañas costumbres y de mares diversos así como de unas fotos que mostraban otro universo a través de sus fantásticas descripciones, estaban llenas de un cariño sin olvido. Al principio nos llegaban con los matasellos de Rotterdam, Hamburgo o Amberes; de Miami y de nueva York. Luego también de Singapur y de Melbourne. Con los años se transformaron en correos electrónicos y se sumaron puertos de China como los de Shanghái y Hong Kong.


De improviso la espera termina, me despabila el “campaneo electrónico” de un mensaje de WhatsApp con la notación de su nueva movida. La realizo en el tablero de mi celular e, indignado, apago la aplicación con resignación, oyendo en mi mente, desde la memoria, el eco de su carcajada mentirosa. A través de medio mundo, desde Dubái, me ha vuelto a derrotar. Aunque viejo, desde aquella vez, papá nunca más me dejó ganar.



Carlos Caro


Paraná, 27 de mayo de 2015
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4 comentarios:

  1. Hermosa historia, Carlos, con el ajedrez de fondo. Me ha gustado mucho la partida de ajedrez de fondo. Un saludo

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    1. Gracias Ana, pero ya sabes que, aquí o decimos algo mas o nada. No hay problemas, un gran beso Carlos

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  2. "Ajedrez" es un relato que permite ser un símil de "cajas Chinas" :una mayor, contiene a otra más pequeña:una historia de Ajedrez que fue iniciada y reiterada allá en la infancia,y reiterada en esa etapa de la vida; vuelve a un hoy, en el que uno de los oponentes , ya mayor, recuerda con nostalgias aquél juego de infancia compartido con su padre; y lo vivencia, lo revive, con la misma pujanza que lo efectuó en ese ayer!!. Poderosa fuerza en la vivificación del momento!! Maravilloso suspenso sostenido a lo largo de todo el relato!!

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    1. Perfecta descripción del enlace entre el principio y el final, Sin embargo hay muchas vivencias y sentimientos entre ambos. Quedará para otra vez, maestra. Un beso

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