Después de refregar
mis manos frente a la salamandra que, gorda de carbón las calienta, corro el
alfil y le canto: —Jaque. Increíble, se equivoca y mueve al Rey una casilla a
su izquierda. Estoy tan ensimismado en el juego que imagino a su Reina, negra
por un luto que anticipo, dirigirme una mirada asesina ya que, impotente, no
puede defender a su Rey. Mi Caballo salta sobre sus imprudentes y adelantados
peones y con una voz ronca por la emoción, le grito: — ¡Jaque! Y… ¿mate? Ambos,
inseguros, barajamos todas las posibilidades hasta que su mano tala al Rey. Su
caída hace retumbar el tablero y me redime de mil partidas perdidas. Con el
dulce aplauso de las piezas de ajedrez en mis oídos, miro su rostro, y mi
alegría se apaga sofocada por la duda. No hay fracaso en sus ojos, sino una
chispa de picardía.
— ¿Me dejaste ganar? —
Le pregunto ambivalente, esperanzado en un no o desconcertado por un sí.
—Claro que no, a veces
pasa y aparte, vos tenías las blancas que empiezan. Ya vas a ver que en la
revancha y en la buena te gano como siempre— carcajea con una sonrisa apenas contenida.
Perdida mi vista en otro tablero, estudio el
juego, espero y recuerdo nuestras partidas interminables; las jugaba con papá
durante los brutales inviernos de la Patagonia. Él, había sido suboficial de la
marina mercante, a los veintiocho años ya había visitado más de cien puertos de
todo el mundo y, sin razones conocidas recaló en Caleta Olivia, en la Provincia
de Santa Cruz.
Allí conoció a mamá a
la que debe haber querido alienado por una pasión incontenible, pues abandonó
la marina y el mundo para radicarse con ella en una chacra, cien kilómetros
tierra adentro. Subsistieron malamente durante años, dedicándose a la cría y
esquila de ovejas. Tuvieron dos hijas, mis hermanas María y Graciela, y varios
años después nací yo, el único varón.
Mis recuerdos de esa infancia
son más simbólicos que otra cosa: la aridez sin límites, el frío interminable y
el fuego rescatista de la estufa; también las ovejas y el viento que, como el
aliento de la Antártida perennemente penitente, soplaba desde el sur.
Si bien mamá nos
enseñó a leer, a escribir y a sacar las cuentas. Solo a mí pudo papá enseñarme
cómo jugar al ajedrez. A ella la perdí a los diez años, cuando murió de pulmonía.
En esa tierra inclemente, un descuido te costaba la vida. Así, papá se
transformó en una sombra que gemía enloquecido de dolor a coro con el viento.
Perdió su ancla en la
tierra y, para que tuviéramos un futuro lejos de esas latitudes relegadas,
desarmó la familia y nos envió a Casilda, en la Provincia de Santa Fe, donde
vivía su hermana Rosa, quien sin hijos nos amó como a propios.
Vendió la propiedad,
mandó el dinero y retomó sus horizontes lejanos al volver a embarcarse. Los
mercantes son una extraña cofradía mundial que intercambian personajes en cada
puerto y cada país.
Tanto abandono provocó
resentimientos. Nos sentimos huérfanos de todo. Pero el afecto de Rosa y las cartas
de papá los superaron. Éstas, atiborradas de lugares exóticos, de gente con
extrañas costumbres y de mares diversos así como de unas fotos que mostraban
otro universo a través de sus fantásticas descripciones, estaban llenas de un
cariño sin olvido. Al principio nos llegaban con los matasellos de Rotterdam,
Hamburgo o Amberes; de Miami y de nueva York. Luego también de Singapur y de Melbourne.
Con los años se transformaron en correos electrónicos y se sumaron puertos de China
como los de Shanghái y Hong Kong.
De improviso la espera
termina, me despabila el “campaneo electrónico” de un mensaje de WhatsApp con
la notación de su nueva movida. La realizo en el tablero de mi celular e,
indignado, apago la aplicación con resignación, oyendo en mi mente, desde la
memoria, el eco de su carcajada mentirosa. A través de medio mundo, desde Dubái,
me ha vuelto a derrotar. Aunque viejo, desde aquella vez, papá nunca más me
dejó ganar.
Carlos Caro
Paraná, 27 de mayo de 2015
Descargar PDF: Descargar
Hermosa historia, Carlos, con el ajedrez de fondo. Me ha gustado mucho la partida de ajedrez de fondo. Un saludo
ResponderEliminarGracias Ana, pero ya sabes que, aquí o decimos algo mas o nada. No hay problemas, un gran beso Carlos
Eliminar"Ajedrez" es un relato que permite ser un símil de "cajas Chinas" :una mayor, contiene a otra más pequeña:una historia de Ajedrez que fue iniciada y reiterada allá en la infancia,y reiterada en esa etapa de la vida; vuelve a un hoy, en el que uno de los oponentes , ya mayor, recuerda con nostalgias aquél juego de infancia compartido con su padre; y lo vivencia, lo revive, con la misma pujanza que lo efectuó en ese ayer!!. Poderosa fuerza en la vivificación del momento!! Maravilloso suspenso sostenido a lo largo de todo el relato!!
ResponderEliminarPerfecta descripción del enlace entre el principio y el final, Sin embargo hay muchas vivencias y sentimientos entre ambos. Quedará para otra vez, maestra. Un beso
Eliminar